jueves, 28 de marzo de 2024

 

TEMA  : “FOMENTAR LAS VOCACIONES AL SACERDOCIO”.

FECHA:  FIESTA DE LA ANUNCIACIÓN   /  25  MARZO  2024.

Dos por cuatro metros eran suficientes para albergar a quien llegaba lleno de sueños y eternidades al Seminario Diocesano de Valparaíso ubicado junto al lado derecho del principal centro de culto mariano de nuestra Patria. No se necesitaba más, el sol que generoso se colaba por las ventanas, el canto incesante de las aves, y el bullir de otros veinticinco seminaristas que llenaban el denominado pabellón de propedéutica, daban vida al edificio construido con el fin de originalmente albergar una escuela agrícola que,  cual flor de un día, tan pronto partió…como un lirio del campo que un día está y al siguiente ya se ha ido.

Ahora, el silencio azota cada habitación de este lugar con mayor fuerza que lo haría la  más impetuosa de las ventiscas.  El rostro cansino del mobiliario, descubre en su opacidad el sentido de un abandono, que por momentos  resulta lacerante. Si el drama de su extinción hubiese llegado de golpe en la quema como leña luminosa habría sido para estas maderas más llevadero que una lenta agonía que, cual eutanasia vocacional,  ha sido desplegada ante la indolencia de unos y el incentivo perverso de otros.

La humedad y las termitas han hecho su labor en el suelo que semanalmente recibía el cuidado prolijo de pulido y cera que era exigido para su mantención. En estas tablas armónicamente instaladas el tiempo no ha dejado de colocar su huella.

El eco sonoro de cada ruido a la distancia nos lleva a tomar conciencia del tamaño señorial de este Seminario que cobija tantos recuerdos como esperanzas que por momentos parecen lejanas y  huidizas.

Como la vida de nuestra Iglesia que en dos milenios no ha sido extinguida por las fuerzas ajenas como tampoco por tropeles cercanos, resiste nuestro Seminario al paso de los años, y de tantas novedades que han esquilmado las emergentes vocaciones, vaciándolo en una espiral invertida que lleva a ofertar su destino.

 

 

 

La primavera vocacional nacida “desde un país lejano” pareció florecer por un breve tiempo,  como prístina pradera. Decenas de botones se abrían para adornar a nuestra Diócesis con el más bello de los jardines, pues, el Ángel lo indicaba: “es lo que se necesita” y un “ejemplo para el resto”.

Tantas veces perseguida, al punto de ser festín de fieras y gladiadores, de la ira de coronas y heresiarcas,  a punto de hundirse como Pedro en aquel Lago, la nave de Cristo por cabeza, salió a flote y navegó en aguas tranquilas y profundas en la búsqueda de los peces más preciados. 

La sangre de los mártires semilla de cristianos dijo aquel Padre de la Iglesia, como avizorando las horas donde las lágrimas cambiarían de la tristeza al gozo inigualable e inextinguible.

Por el camino mariano de hacer oración y penitencia pedimos al Señor por las nuevas vocaciones a la vida sacerdotal. ¡El invierno pasará y la primavera no tardará! Lo vemos desde el norte de nuestro continente, sólo la fidelidad hará que nuevamente en nuestros seminarios haya “Fiesta en América”, pues si el Señor no se cansa en bendecir no bajaremos nuestros brazos ni daremos descanso a nuestros pies hasta revertir el grisáceo rostro de la actualidad.

Esta habitación me hace “volver a los diecisiete”, descubriendo que la llamada de Dios y la particular consagración conferida quedan inalterables con el paso de cuatro décadas, procurando con la rigidez de una piedra serle fiel hasta morir, a un Dios que me amó y se entregó por mí hace dos mil años.

Un equipo de formadores, que asuma íntegramente las enseñanzas de nuestra Iglesia, desde el manantial de gracia de cada época, sin anquilosarse en una ni desdeñar las restantes, por el camino de la hermenéutica de la continuidad, ajenos al rupturismo esterilizante, unido a la savia que fluye de parroquias, colegios, universidades y centros técnicos de educación, harán que estas habitaciones vuelvan a reverdecer con la gracia de numerosas y sobre todo santas vocaciones al sacerdocio.    ¡Que Viva Cristo Rey!

“Casarse con un tiempo es quedarse viudo en el siguiente” (Obispo Fulton Sheen)









 

 TEMA  :   “ABRIENDO LAS PUERTAS DE NUESTRA CIUDAD”

FECHA: HOMILÍA DOMINGO DE RAMOS /  MARZO 2024 / CHILE

Año a año revivimos la entrada de Jesús a la ciudad de Jerusalén. Para unos puede resultar una “costumbre” de raíz religiosa en la cual se participa casi por inercia, para otros,  el acto de agitar los ramos puede ser “entretenido” lo que responde mucho a los criterios reinantes en nuestra época. Alguno quizás lo hará por encontrar novedoso el gesto de caminar y mover los ramos. Lo cierto es que constituye una de las celebraciones a la cual suele acompañar un número importante de fieles  de la “primera línea”, que son los que habitualmente asisten al culto, pero que abarca un numero aun mayor de quienes lo hacen ocasionalmente, lo que es una oportunidad para retomar el compromiso hecho desde la primera juventud, y asumir con seriedad nuestra condición bautismal.

No fue sorpresa que Jesús entrase a la ciudad santa de Jerusalén, lo hacía con regularidad año a año desde cumplidos los doce años dando cumplimiento a los preceptos que establecía los escritos santos atribuidos a Moisés. Por otra parte, de manera gradual fue anunciando a sus discípulos el modo cómo iba a morir: ”Desde entonces comenzó Jesús a decir va sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y padecer mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto y resucitar al tercer día” (San Mateo).

Como cualquier persona los Apóstoles estuvieron algo cegados por el éxito fácil al verificar el entusiasmo que despertaban los milagros hechos por el Señor, por lo que anhelaban ser prontamente liberados de la invasión de turno en su Patria, y ocupar un lugar de privilegio en el reino prometido, tal como fue lo solicitado por la madre de dos de ellos.

Al igual que los Apóstoles verificamos que ni la consistencia de los milagros hechos fue evidencia suficiente para quienes unos días después vociferarían “que su sangre caiga sobre nosotros y nuestros descendientes”; de modo similar,  las enseñanzas que llevaban a la admiración y aprobación inicial darían paso luego a las condenas y cuestionamientos: “!Ha blasfemado! ¡Por quien te tienes! ¡No necesitamos más testimonios!” Silenciados los clamores de reconocimiento, tranquilizadas las palmas y olivos batientes, dejados atrás sentimientos y entusiasmos –que por su naturaleza suelen extinguirse- es la hora que el paso resuelto de Jesús llegue hasta el centro de aquella ciudad y se de pleno cumplimiento a lo anunciado desde antiguo.

Recobrarán importancia por su actualidad los anuncios del profeta Isaías respecto del denominado  siervo sufriente, cuyo rostro “no tendría figura humana” a causa del maltrato recibido, lo cual no ha de entenderse sólo desde la perspectiva física sino también, desde la dimensión espiritual de su alma humana que cinco días después en dirá: “mi alma está profundamente conmovida”, llegando al punto de “sudar sangre” en el Huerto de los Olivos. La humanidad de Jesús era algo absolutamente real, no era una simple apariencia ni una indumentaria que se podía cambiar según las circunstancias. Si se alegró de verdad como hombre, de modo semejante lo hizo al momento de padecer, con la salvedad que siendo Dios verdadero, sus padecimientos no son comparables con ninguno de los hubiésemos padecido por permanentes y dolorosos que han sido.

¿Quiénes fueron los primeros en reconocer a Jesús? La respuesta nos lleva a las orillas del Lago de Cafarnaúm donde Simón Pedro a nombre de los Apóstoles y en la más estricta  “clausura” –por así denominarla- reconoció a Jesús como el “Hijo unigénito de Dios”, “el Hijo del Dios vivo”. Aquella fue una profesión de fe valiente y original, más limitada en lo confidencial, sólo lo supieron los que eran parte de los Doce Apóstoles.

Hoy Domingo de Ramos, conmemoramos la triunfal llegada de Jesús, que es primeramente reconocida por los más pequeños y jóvenes del lugar que trenzando algunos ramos los batieron a modo de saludo triunfal, tal como solían reconocer a los mejores hijos de sus pueblos, gritando a voz alzada: “Hosanna al Hijo de David, bendito es el que viene en el nombre del Señor”. ¿Qué llevó a los más jóvenes a reconocer en Jesús el Mesías esperado? ¿Qué vieron en el Señor distinto y superior al resto de los que frecuentemente se autodesignaban como salvadores? ¿Qué llevó a los jerosolomitanos a reconocer en Jesús el único  Salvador que sí salva?

Vamos al Santo Evangelio y lo descubriremos. No ocultando su condición real llegó a esa ciudad montado sobre un animal que era el que habitualmente usaban para no sólo trasladarse, sino que los reyes de Israel lo utilizaban para el día de su coronación tal como leemos en el profeta Zacarías: “Alégrate mucho, oh hija de Sion, da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén, he aquí tu rey que viene a ti, justo y trayendo salvación, humilde y montado sobre un asno, sobre un pollino, hijo de asna” (IX, 9).

Existía entonces una esperanza en vistas a la llegada del Mesías, lo cual anhelaban les liberare de todas las miserias en que están sumergidos desde hace siglos, y que permanecían como amenazas siempre latentes: Durante siglos en Egipto en condición de esclavos hasta que Moisés los liberó, medio siglo en Babilonia donde fueron deportados cediendo muchos  ante una cultura abiertamente idolátrica. Setenta años después cayeron en manos del imperio de los persas donde dejaron de ser esclavos para ser sirvientes. No paso mucho, y estuvieron en veinte años en bajo cinco “manos” distintas que les sometían uno tras otro. Luego, vinieron los griegos que procuraron helenizar a los israelitas por medio de la adoración a los dioses falsos, tal como dice el último de los libros del Antiguo Testamento: “veían que el reino de los griegos tenía a Israel sometido a servidumbre”  (1 Macabeos VIII, 18).

Todo lo anterior nos hace pensar cómo estaban los israelitas ahora bajo el poder e influjo del imperio romano. Temor, desesperanza, violencia, incertidumbre, nada bueno avizoraba el futuro, hasta la irrupción de un hijo de carpintero nacido en la Palestina en la ciudad de Belén, que se presentaba revestido de humildad y sencillez,  pero que enseñaba con autoridad y había mostrando un sorprendente poder milagroso.

Aquella mañana de Domingo pareció ser más luminosa con la llegada de Jesús. Él era la respuesta del Cielo a la miseria de tantos siglos. De manera insistente Jesús había dado a entender que su misión  era “salvar lo que estaba perdido” a causa del pecado, por lo que sobre los sistemas, las formas de gobierno, y los poderes subyace su misión que implica en todo momento cumplir la voluntad del Padre que está en los cielos.

Ingresó a la “Ciudad Santa” de Jerusalén con la conciencia plena de lo que debía hacer: El día de la Encarnación del Verbo, asumió la condición humana, sin dejar de ser Dios, por lo que se hizo semejante en todo –menos el pecado- para el hombre fuese semejante a Dios: se hace uno de los  nuestro para que nosotros seamos participes de su vida. Lo anterior tuvo un costo, cual es, que Jesús debió cargar con el peso de  los pecados de todos y en todo.

Jesús miraba en lo inmediato pero contemplaba “más allá”…en un presente eterno,  el proceso condenatorio que se avecinaba: Los “hosannas” parecían mezclarse con aquel “crucifícale”,  el reconocimientos de los jóvenes y niños “eres el Mesías” al eco de la triple negación: “yo no lo conozco”, “no sé quienes” y “nunca lo he visto”.

Hoy,  cada uno en su alma está llamado a ser parte de esta entrada triunfal del Señor no como un espectador pasivo y cómplice de las acciones y palabras de otros, sino a optar en primera persona al lugar que el Señor espera que tomemos.

No se trata de simplemente recordar lo pasado hace dos mil años, ni sólo de revivir una antigua tradición heredada de nuestros antepasados, es necesario ser testigos veraces de lo que cada uno ha recibido en su vida del Cielo, de lo cada uno ha hecho por Quien nada se ha dejado para sí, pues fue capaz de entregar su vida misma en un par de maderos cruzados como señal no de una condenación ignominiosa -como consecuencia de una acción mala-  como era hasta entonces, sino que ahora aquella cruz representaría de generación en generación la más grande de las victorias en la cual, se escribió que el amor es más fuerte que el pecado, que el amor siempre terminará doblegando todo egoísmo, y que el amor será el estandarte de los que lleguen a la Jerusalén  cuyo sol no conocerá el ocaso.   

A partir de hoy, vienen días intensos de revisión y conversión de vida, en los cuales, en medio de la vorágine y trajín que implica cada día el estudio y el trabajo, no dejaremos que sea una semana más como las otras, porque a lo largo de ella Jesucristo muere y resucita por cada uno de nosotros.

De modo especial, lo que es nuestra convicción religiosa no quedará en las cuatro paredes de nuestros templos ni albergada en los límites de nuestra conciencia, sino que procuraremos que lo que reconocemos como bueno y necesario para nosotros ha de conocerlo quien está llamado a hacerlo por medio de nuestro testimonio.

Al considerar el apostolado no hay lugar a la negligencia y a la desidia, por el contrario, mirando el entusiasmo de quienes abrieron las puertas de la ciudad de Jerusalén para recibir a Jesús, dedicaremos el mejor de los esfuerzos para abrir las puertas de nuestros corazones, abrir las puertas de nuestros hogares, abrir las puertas de nuestras instituciones, abrir las puertas de nuestros proyectaos a Jesús que viene y que le decimos: “Hosanna al Hijo de David, bendito es el que viene en el nombre del Señor Dios”.

¡Que Viva Cristo Rey!





















TRÍPTICO SEMANA SANTA 2024 FELIGRESES

 







 

Declaración del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal

RESERVAR LA LIBERTAD DE ENSEÑANZA EN UN ASPECTO ESENCIAL DE LA EDUCACIÓN:                                                         LA AFECTIVIDAD Y LA SEXUALIDAD

1.   Con ocasión de la tramitación del proyecto de ley que estatuye medidas para prevenir, sancionar y erradicar la violencia en contra de las mujeres, en razón de su género (Boletín N.º 11.07707), se aprobó una norma del siguiente tenor: “Los establecimientos educacionales reconocidos por el Estado deberán promover una educación no sexista y con igualdad de género y considerar en sus reglamentos internos y protocolos la promoción de la igualdad en dignidad y derechos y la prevención de la violencia de género en todas sus formas” (inciso 2º del artículo 12).

2. Siendo de toda justicia la existencia de normas que sancionen las discriminaciones arbitrarias, especialmente en el caso de la mujer, expresamos nuestra clara oposición a la introducción de una norma que imponga la promoción de una educación no sexista. Dicha expresión contradice el derecho innato de los padres a decidir, de común acuerdo con el establecimiento educacional, la forma y manera de educar en la afectividad y sexualidad a sus hijos o pupilos. La imposición de esta obligación entra en manifiesto conflicto con el deber y derecho preferente de los padres a educar a sus hijos y nos parece contrario a lo dispuesto por el artículo 19 N°10 inc. 3° de la Constitución Política, en relación con el artículo 19 N°s 6 y 26.

Asimismo, contradice la libertad de conciencia y de religión establecida en el Art. 19 N°6 de la misma carta fundamental, puesto que el derecho preferente de los padres incluye que sus hijos reciban la educación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.

Este derecho se encuentra reconocido y protegido en múltiples tratados internacionales vinculantes para Chile como el art. 26.3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el art. 12.4 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos o el art. 14.2 de la Convención sobre los Derechos del Niño. 

 

3.  El concepto de educación no sexista no puede entenderse en términos plurales y alternativos, propios de la libertad de educación, porque impone una sola visión de la educación, en un ámbito tan delicado como la enseñanza de la afectividad y sexualidad.

Estimamos que obligar a los establecimientos a promover una educación no sexista sería incompatible con la esencia de este derecho, ya que no respeta ni hace posible los derechos de las personas y familias de vivir de una manera acorde con su fe y sus convicciones éticas en la educación de sus hijos.

Chile no acepta que se busque promover, bajo obligatoriedad legal, una sola visión de la educación en la afectividad y sexualidad. 

4. Por último, se debe tener en cuenta que el artículo 19 N°11, inc. 1° y 4° -que consagra la libertad de enseñanza y el derecho de los padres a escoger el establecimiento de enseñanza para sus hijos, y que se reconoce y garantiza en tratados internacionales vinculantes para Chile, como en los numerales 3º y 4º del art. 13 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales- quedaría abiertamente vulnerado por la disposición propuesta y atentaría contra los derechos innatos de la naturaleza humana, recogidos en el art. 5 de la Constitución Política de la República; pues impone a todos los establecimientos educacionales con reconocimiento del Estado, un enfoque único y excluyente sobre la persona y su sexualidad y, en definitiva, obligaría a los establecimientos educacionales a promover las convicciones morales y antropológicas del Estado; por sobre las de sus propios proyectos educativos y  de los padres, cosa que es contraria al sentido común y a un régimen democrático.

5. Los padres, "puesto que han dado vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores”, y por tanto, es su obligación formar un ambiente “que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de las que todas las sociedades necesitan”, y este deber, “que compete en primer lugar a la familia, requiere la colaboración de toda la sociedad” (Gravissimum Educationis, 3).

No hay duda del derecho y deber de los padres “de impartir una educación religiosa y una formación moral a sus hijos: derecho que no puede ser cancelado por el Estado, antes bien, debe ser respetado y promovido.” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 239).

6. Solicitamos con la fuerza que nos da el inmenso aporte que hace la Iglesia a la educación de nuestros ciudadanos y la experiencia que de ello se deduce, que los órganos competentes del Estado no den lugar a una norma que consideramos arbitraria e injusta y que contradice los aspectos esenciales del derecho a la educación, la libertad de conciencia y de religión, propios de una sociedad democrática y pluralista como la nuestra.

EL COMITÉ PERMANENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE


MENSAJE DEL ROMANO PONTÍFICE PARA LA JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES AÑO 2024

Llamados a sembrar la esperanza y a construir la paz

Queridos hermanos y hermanas: Cada año la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos invita a considerar el precioso don de la llamada que el Señor nos dirige a cada uno de nosotros, su pueblo fiel en camino, para que podamos ser partícipes de su proyecto de amor y encarnar la belleza del Evangelio en los diversos estados de vida. Escuchar la llamada divina, lejos de ser un deber impuesto desde afuera, incluso en nombre de un ideal religioso, es, en cambio, el modo más seguro que tenemos para alimentar el deseo de felicidad que llevamos dentro. Nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos, cuáles son nuestras cualidades, en qué ámbitos podemos hacerlas fructificar, qué camino podemos recorrer para convertirnos en signos e instrumentos de amor, de acogida, de belleza y de paz, en los contextos donde cada uno vive.

 

Por eso, esta Jornada es siempre una hermosa ocasión para recordar con gratitud ante el Señor el compromiso fiel, cotidiano y a menudo escondido de aquellos que han abrazado una llamada que implica toda su vida. Pienso en las madres y en los padres que no anteponen sus propios intereses y no se dejan llevar por la corriente de un estilo superficial, sino que orientan su existencia, con amor y gratuidad, hacia el cuidado de las relaciones, abriéndose al don de la vida y poniéndose al servicio de los hijos y de su crecimiento. Pienso en los que llevan adelante su trabajo con entrega y espíritu de colaboración; en los que se comprometen, en diversos ámbitos y de distintas maneras, a construir un mundo más justo, una economía más solidaria, una política más equitativa, una sociedad más humana; en todos los hombres y las mujeres de buena voluntad que se desgastan por el bien común.

Pienso en las personas consagradas, que ofrecen la propia existencia al Señor tanto en el silencio de la oración como en la acción apostólica, a veces en lugares de frontera y exclusión, sin escatimar energías, llevando adelante su carisma con creatividad y poniéndolo a disposición de aquellos que encuentran. Y pienso en quienes han acogido la llamada al sacerdocio ordenado y se dedican al anuncio del Evangelio, y ofrecen su propia vida, junto al Pan eucarístico, por los hermanos, sembrando esperanza y mostrando a todos la belleza del Reino de Dios.

A los jóvenes, especialmente a cuantos se sienten alejados o que desconfían de la Iglesia, quisiera decirles: déjense fascinar por Jesús, plantéenle sus inquietudes fundamentales. A través de las páginas del Evangelio, déjense inquietar por su presencia que siempre nos pone beneficiosamente en crisis. Él respeta nuestra libertad, más que nadie; no se impone, sino que se propone. Denle cabida y encontrarán la felicidad en su seguimiento y, si se los pide, en la entrega total a Él.

Un pueblo en camino

La polifonía de los carismas y de las vocaciones, que la comunidad cristiana reconoce y acompaña, nos ayuda a comprender plenamente nuestra identidad como cristianos. Como pueblo de Dios que camina por los senderos del mundo, animados por el Espíritu Santo e insertados como piedras vivas en el Cuerpo de Cristo, cada uno de nosotros se descubre como miembro de una gran familia, hijo del Padre y hermano y hermana de sus semejantes. No somos islas encerradas en sí mismas, sino que somos partes del todo. Por eso, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones lleva impreso el sello de la sinodalidad: muchos son los carismas y estamos llamados a escucharnos mutuamente y a caminar juntos para descubrirlos y para discernir a qué nos llama el Espíritu para el bien de todos.

 

Además, en el presente momento histórico, el camino común nos conduce hacia el Año Jubilar del 2025. Caminamos como peregrinos de esperanza hacia el Año Santo para que, redescubriendo la propia vocación y poniendo en relación los diversos dones del Espíritu, seamos en el mundo portadores y testigos del anhelo de Jesús: que formemos una sola familia, unida en el amor de Dios y sólida en el vínculo de la caridad, del compartir y de la fraternidad.

Esta Jornada está dedicada a la oración para invocar del Padre, en particular, el don de vocaciones santas para la edificación de su Reino: «Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» (San Lucas X, 2). Y la oración —lo sabemos— se hace más con la escucha que con palabras dirigidas a Dios. El Señor habla a nuestro corazón y quiere encontrarlo disponible, sincero y generoso. Su Palabra se ha hecho carne en Jesucristo, que nos revela y nos comunica plenamente la voluntad del Padre.

 

 

En este año 2024, dedicado precisamente a la oración en preparación al Jubileo, estamos llamados a redescubrir el don inestimable de poder dialogar con el Señor, de corazón a corazón, convirtiéndonos en peregrinos de esperanza, porque «la oración es la primera fuerza de la esperanza. Mientras tú rezas la esperanza crece y avanza. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza. La esperanza está ahí, pero con mi oración le abro la puerta» (Catequesis, 20 mayo 2020).

Peregrinos de esperanza y constructores de paz

Pero, ¿qué significa ser peregrinos? Quien comienza una peregrinación procura ante todo tener clara la meta, que lleva siempre en el corazón y en la mente. Pero, al mismo tiempo, para alcanzar ese objetivo es necesario concentrarse en la etapa presente, y para afrontarla se necesita estar ligeros, deshacerse de cargas inútiles, llevar consigo lo esencial y luchar cada día para que el cansancio, el miedo, la incertidumbre y las tinieblas no obstaculicen el camino iniciado. De este modo, ser peregrinos significa volver a empezar cada día, recomenzar siempre, recuperar el entusiasmo y la fuerza para recorrer las diferentes etapas del itinerario que, a pesar del cansancio y las dificultades, abren siempre ante nosotros horizontes nuevos y panoramas desconocidos.

El sentido de la peregrinación cristiana es precisamente este: nos ponemos en camino para descubrir el amor de Dios y, al mismo tiempo, para conocernos a nosotros mismos, a través de un viaje interior, siempre estimulado por la multiplicidad de las relaciones. Por lo tanto, somos peregrinos porque hemos sido llamados. Llamados a amar a Dios y a amarnos los unos a los otros.

Así, nuestro caminar en esta tierra nunca se resuelve en un cansarse sin sentido o en un vagar sin rumbo; por el contrario, cada día, respondiendo a nuestra llamada, intentamos dar los pasos posibles hacia un mundo nuevo, donde se viva en paz, con justicia y amor. Somos peregrinos de esperanza porque tendemos hacia un futuro mejor y nos comprometemos en construirlo a lo largo del camino.

 

Este es, en definitiva, el propósito de toda vocación: llegar a ser hombres y mujeres de esperanza. Como individuos y como comunidad, en la variedad de los carismas y de los ministerios, todos estamos llamados a “darle cuerpo y corazón” a la esperanza del Evangelio en un mundo marcado por desafíos epocales.

El avance amenazador de una tercera guerra mundial a pedazos; las multitudes de migrantes que huyen de sus tierras en busca de un futuro mejor; el aumento constante del número de pobres; el peligro de comprometer de modo irreversible la salud de nuestro planeta. Y a todo eso se agregan las dificultades que encontramos cotidianamente y que, a veces, amenazan con dejarnos en la resignación o el abatimiento.

En nuestro tiempo es, pues, decisivo que nosotros los cristianos cultivemos una mirada llena de esperanza, para poder trabajar de manera fructífera, respondiendo a la vocación que nos ha sido confiada, al servicio del Reino de Dios, Reino de amor, de justicia y de paz. Esta esperanza —nos asegura san Pablo— «no quedará defraudada» (Romanos V, 5), porque se trata de la promesa que el Señor Jesús nos ha hecho de permanecer siempre con nosotros y de involucrarnos en la obra de redención que Él quiere realizar en el corazón de cada persona y en el “corazón” de la creación. Dicha esperanza encuentra su centro propulsor en la Resurrección de Cristo, que «entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto» (Exhortación ap. Evangelii Gaudium, 276). Incluso el Apóstol San Pablo afirma que «en esperanza» nosotros «estamos salvados» (Romanos VIII, 24). La redención realizada en la Pascua da esperanza, una esperanza cierta, segura, con la que podemos afrontar los desafíos del presente.

Ser peregrinos de esperanza y constructores de paz significa, entonces, fundar la propia existencia en la roca de la resurrección de Cristo, sabiendo que cada compromiso contraído, en la vocación que hemos abrazado y llevamos adelante, no cae en saco roto. A pesar de los fracasos y los contratiempos, el bien que sembramos crece de manera silenciosa y nada puede separarnos de la meta conclusiva, que es el encuentro con Cristo y la alegría de vivir en fraternidad entre nosotros por toda la eternidad. Esta llamada final debemos anticiparla cada día, pues la relación de amor con Dios y con los hermanos y hermanas comienza a realizar desde ahora el proyecto de Dios, el sueño de la unidad, de la paz y de la fraternidad. ¡Que nadie se sienta excluido de esta llamada! Cada uno de nosotros, dentro de las propias posibilidades, en el específico estado de vida puede ser, con la ayuda del Espíritu Santo, sembrador de esperanza y de paz.

La valentía de involucrarse

Por todo esto les digo una vez más, como durante la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa: “Rise up! – ¡Levántense!”. Despertémonos del sueño, salgamos de la indiferencia, abramos las rejas de la prisión en la que tantas veces nos encerramos, para que cada uno de nosotros pueda descubrir la propia vocación en la Iglesia y en el mundo y se convierta en peregrino de esperanza y artífice de paz. Apasionémonos por la vida y comprometámonos en el cuidado amoroso de aquellos que están a nuestro lado y del ambiente donde vivimos.

Se los repito: ¡tengan la valentía de involucrarse! Don Oreste Benzi, un infatigable apóstol de la caridad, siempre en favor de los últimos y de los indefensos, solía repetir que no hay nadie tan pobre que no tenga nada que dar, ni hay nadie tan rico que no tenga necesidad de algo que recibir.

Levantémonos, por tanto, y pongámonos en camino como peregrinos de esperanza, para que, como hizo (¡) María con santa Isabel, también nosotros llevemos anuncios de alegría, generaremos vida nueva y seamos artesanos de fraternidad y de paz.

Roma, San Juan de Letrán, 21 de abril de 2024, IV Domingo de Pascua.





 TEMA  : “INTROIBO AD ALTARE DEI”.

FECHA: HOMILÍA MATRIMONIAL ORATORIO CHAPANAY  /  MARZO   2024

Muy queridos novios: Martín y Bárbara, padrinos y madrinas, hermanos en el Señor. Las primeras palabras del Misal Romano (1962)  para la Misa en latín contiene el Salmo XIIL que se inicia con las palabras: “Introibo ad altare Dei”, y recibe como respuesta del monaguillo en latín: “Ad Deum qui laetificat juventutem mean”, lo cual, significa: “Subiré al altar de Dios, al Dios que  es mi alegría”.

Un versículo que encierra parte del misterio insondable que se celebra en cada Santa Misa, recordando que Dios desde el inicio de la revelación se da a conocer a patriarcas y profetas en lo alto de una montaña: Así aconteció con Noé, Abrahán, Moisés, y los profetas….que debieron emprender camino a las cumbres para estar con Dios. Nosotros estamos ubicados en esta pequeña meseta, que nos permite ver parte del valle inmediato a la vez que poder celebrar con la debida dignidad, en este espacio hoy sagrado, la Santa Misa vespertina en la cual, estos jóvenes y radiantes novios recibirán el sacramento del matrimonio.

Más estar en este lugar no es el único ámbito que nos conecta con las primeras páginas de la Biblia, sino que descubrimos un hilo conductor que une el Antiguo y Nuevo Testamento, desde la realidad del matrimonio. En efecto, el Génesis refiere la creación del universo señalando a Dios como su único autor, más al momento de crear al hombre y la mujer “a su imagen y semejanza” se dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, dando el mandato explícito de “Creced, multiplicaos, poblad la tierra y dominadla”, con lo cual, el hombre y la mujer unidos por el matrimonio están llamados a ser partícipes de la obra creadora de Dios.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               

Según esto, aquella unión encierra una doble misión: Transmitir la vida recibida, y ser perpetuamente uno, lo que esta ritualmente significado en el signo que ingresaron separadamente ante el altar y saldrán juntos tomados de las manos repitiendo las palabras del Señor Jesús: “Ya no son dos sino uno solo”, lo que confirió a la primera bendición hecha en la antigüedad una realidad nueva y superior en orden a ser no sólo un signo sino realidad de su presencia misma.

 

Han llegado,  al igual que todos los que estamos aquí,  con facilidad, a lo cual, la pendiente parece favorecer bastante, pero a su vez,  nos recuerda que las múltiples bendiciones de Dios dadas a los novios les ha permitido desarrollarse armónicamente y poder acceder hasta aquí sin mayores sobresaltos en la vida.

A lo largo de la nuestra vida experimentamos que los inicios suelen ser esencialmente esperanzadores: El nacimiento de un hijo, el primer día de clases la inauguración de una nueva casa…todo –generalmente- marcha bien en los primeros pasos. Hace unos días, al ensayar esta ceremonia descubrimos  cómo la pendiente de subida resultaba algo exigente, al menos para los que tenemos unos años de más…y bueno también unos kilos de más. Pero, ello nos ayuda a tomar en cuenta que la vida matrimonial como toda vocación dada por el Señor es “cuesta arriba”.

Por tanto, a partir de este día -como esposos que serán- se comprometerán a vivir unidos “con salud o enfermedad”, lo que implica cargar juntos aquellas cruces que el Señor les conceda,  asumiendo que la medida de la entrega  mutua es amarse sin medida tal como Cristo lo hizo por cada uno de nosotros.   Según esto, el matrimonio no es sólo la sintonía de sentimientos y gustos en común, sino que primero es un camino de mutua perfección y santidad que –juntos- les invita a recorrer nuestro Señor, por esto: ¡Se casan para ser santos!

Cuando decimos que Dios nos ha dado una vocación es porque reconocemos su mano en nuestro caminar. Ambos han hecho un debido discernimiento para llegar a este momento, y han podido constatar que la mano de Dios ha guiado vuestros pasos conociéndose vuestros padres primero como vecinos de barrio , y luego como compañeros de curso después. ¡Toda una vida junta! No podría ser de otra manera  -entonces- que hoy con la gracia de Dios,  sellen un compromiso que hunde sus raíces prácticamente en la infancia y adolescencia.

Permítanme detenerme en cuatro puntos concretos que estimo son necesarios en la vida matrimonial  en nuestros días:

a). Saber dialogar: El Papa Juan Pablo II fue un gran comunicador, en el Encuentro del Jubileo del 200' se reunió con jóvenes de todo el mundo a los que les dijo que ese momento “no es un monólogo sino un diálogo”, ello es aplicable a la vida cotidiana de los esposos puesto que  a partir de hoy no se hablará desde el individualismo sino desde la realidad que son uno solo buscando que la comunicación sea siempre veraz, oportuna y clara.

Recordando que la verdad es un imperativo en la vida familiar, que lo que se quiere decir no debe tener prisas ni demoras y que se debe dialogar con claridad donde las palabras lleven a comprenderse mutuamente y no a confundirse. Tengan presente que uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras.

b). Saber perdonarse: Para quien se sabe que está  en las manos de Dios, el tema del perdón es fundamental no sólo a nivel personal sino familiar, por lo que asumiendo que ninguno es un brillante que destello solo virtudes a su alrededor, sabemos que de mucho más de lo que nosotros podemos perdonar las ofensas cometidas Dios nos ha perdonado previamente a cada uno. Sabio consejo encontramos en la Sagrada Escritura a este respecto: “

c). Saber agradecer: El Padre Mateo Crawley-Boevey SS.CC gran impulsor contemporáneo de la devoción al Sagrado Corazón, escribió una bella oración cuyo centro es la gratitud a Dios. Citando al Apóstol San Pablo pregunta: “¿Qué tienes tú que no te haya sido dado?”. A lo largo de nuestra vida hace mucho bien hacer un recuento de las deudas espirituales que tenemos hacia quienes nos han tratado bien y dado nuevas oportunidades.   En la vida que hoy inician como esposos deben acostumbrarse a ser mutuamente agradecidos, a no dar por supuesto que la comida se hizo sola, que las compras llegaron por casualidad, que el aseo fue algo automático. Tras cada pequeño detalle descubrirán la delicadeza del amor hecho servicio asumiendo que la santidad y crecimiento en las virtudes no radica principalmente en las sorprendentes acciones sino en la infinitud de los pequeños detalles de la vida diaria que sabrán agradecer oportunamente.

d). Saber preguntar: ¿Puedo? Esta pregunta forma parte de la que formuló el actual Romano Pontífice a un grupo de novios hace una década. Algo muy simple pero necesario. Incluso la mejor de las buenas intenciones puede verse frustrada si acaso no se tiene en consideración lo que piensa y quiere realmente la otra persona. La sorpresa puede resultar ser buena en ocasiones, pero en otras puede  ser como un balde de agua fría. Por esto, se hace necesario en la vida como esposos y en la vida familiar, preguntar a los demás sobre que desean. Ello forma parte del ejercicio de la humildad, de la paciencia y de generosidad asumiendo –en el “matri”…como dicen los jóvenes- que quien vive para servir, sirve para vivir.

¡Que Viva Cristo Rey!





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